La ansiedad en sí misma es una emoción normal que todos podemos sentir en algún momento. El problema se produce cuando esta ansiedad es demasiado intensa, demasiado frecuente o perdura demasiado en el tiempo y llega a interferirnos en el desarrollo normal de nuestra vida o incluso a limitárnosla gravemente. Entonces es cuando dejamos de hablar de una emoción normal para empezar a hablar de un trastorno de ansiedad.
Existen diferentes trastornos de ansiedad. Quizás el más destacable es el trastorno de pánico que se caracteriza por la presencia intensa y repetida de un miedo muy intenso que suele acompañarse de síntomas como palpitaciones y taquicardias, sensación de ahogo o falta de aire, sudoración, temblores y sacudidas, sensación de atragantarse, opresión o malestar torácico, nauseas o molestias abdominales, inestabilidad o mareo, sensación de irrealidad, miedo a perder el control o a volverse loco, miedo a morir (generalmente de un infarto o de un derrame cerebral), parestesias (adormecimiento u hormigueo de diferentes partes del cuerpo) y escalofríos o sofocaciones. Sabemos por nuestros pacientes que vivir una crisis de pánico es una experiencia muy negativa, especialmente si es la primera.
La mayoría de ellos acudieron a un servicio de urgencias porque creían estar padeciendo un problema físico grave. Sabemos también que tras la primera crisis suele aparecerles mucho miedo a experimentar nuevas crisis de pánico lo que les lleva a observar mucho su organismo y evitar la realización de deportes u otras actividades que supongan acelerar en alguna medida su organismo.
Es fundamental en este trastorno, y así lo hacemos con nuestros pacientes, asegurarles que nada malo les puede suceder a consecuencia de una crisis de pánico puesto que nuestro organismo está perfectamente preparado para generar crisis de pánico sin que le suceda nada malo, por ejemplo ante un león o ante un atracador. Sin embargo sabemos que este argumento no les es suficiente para eliminar el miedo a una nueva crisis.